La mujer rota - Simone de Beauvoir (Parte l)

21 de noviembre de 2010

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- ¿Qué hacer cuando el mundo se ha descolorido? No queda más que matar el tiempo

- La perpetua juventud del mundo me corta el aliento. Cosas que amaba han desaparecido. Muchas otras me han sido dadas.

- Los libros me salvaron de la desesperación; eso me persuadió de que la cultura es el más alto de los valores, y no logro considerar esta convicción con mirada crítica.

- Conozco a esas jóvenes "a la moda". Tienen una vaga profesión, pretenden cultivarse, hacer deportes, vestirse bien, mantener impecable su departamento, educar perfectamente a sus hijos, llevar una vida mundana, en una palabra, éxito en todos los planos. Y no tienen verdadero interés por nada. Me hiela la sangre.

- ¿Qué significa amar, para él, hoy día?

- Ya no me quedaba nadie más que André a quien, justamente, no tenía. Nos creía transparentes el uno para el otro, unidos, soldados como hermanos siameses. Se había desligado de mí, me había mentido: volvía a encontrarme sobre esta banqueta, sola. A cada segundo, al evocar su rostro, su voz, atizaba, un rencor que me devastaba. Como en esas enfermedades en las que uno se forja su propio sufrimiento, cada inspiración desgarra los pulmones y sin embargo uno está obligado a respirar.

- ¿Continuará  por esta pendiente? Cada vez más indiferente... No quiero. Llaman indulgencia, sabiduría, a esta inercia del corazón: es la muerte que se instala en nosotros. No todavía, no ahora.

- Ya sé. En mi juventud se me dijo tanto que esta equivocada, tener razón me costó tanto, que rechazo equivocarme.