Idilio / Mario Benedetti

19 de julio de 2012

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La noche en que colocan a Osvaldo (tres años recién cumplidos) por primera vez frente a un televisor (se exhibe un drama británico de hondas resonancias), queda hipnotizado, la boca entreabierta, los ojos redondos de estupor.
La madre lo ve tan entregado al sortilegio de las imágenes que se va tranquilamente a la cocina. Allí, mientras friega ollas y sartenes, se olvida del niño. Horas mas tarde se acuerda, pero piensa: "Se habrá dormido". Se seca las manos y va a buscarlo al living.
La pantalla esta vacía, pero Osvaldo se mantiene en la misma postura y con igual mirada extática.
"Vamos. A dormir", conmina la madre.
"No", dice Osvaldo con determinación.
"ah no. ¿Se puede saber por qué?"
"Estoy esperando".
"¿A quién?".
"A ella".
Y señalo el televisor.
"Ah. ¿Quién es ella?".
"Ella".
Y Osvaldo vuelve a señalar la pantalla. Luego sonríe, candorosa, esperanzado, exultante.
"Me dijo: querido".

El hombre que aprendio a ladrar / Mario Benedetti

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Lo cierto es que fueron años de arduo y pragmático aprendizaje, con lapsos de de desaliento en los que estuvo a punto de desistir. Pero al fin triunfo la perseverancia y Raimundo aprendió a ladrar. No a imitar ladridos, como suelen hacer algunos chistosos o que se creen tales, sino verdaderamente a ladrar. ¿Que lo había impulsado a ese adiestramiento? Ante sus amigos se autoflagelaba con humor: "La verdad es que ladro por no llorar". Sin embargo, la razón mas valedera era su amor casi franciscano hacia sus hermanos perros. Amor es comunicación. ¿Cómo amar entonces sin comunicarse?
Para Raimundo representó un día de gloria cuando su ladrido fue por fin comprendido por Leo su hermano perro, y (algo mas extraordinario aun) el comprendió el ladrido de Leo. A partir de ese día Raimundo y Leo se tendían, por lo general en los atardeceres, bajo la glorieta, y dialogaban sobre temas generales. A pesar de su amor por los hermanos perros, Raimundo nunca había imaginado que Leo tuviera una tan sagaz visión del mundo.
Por fin, una tarde se animó a preguntarle, en varios sobrios ladridos: "Dime, Leo, con toda franqueza: ¿Que opinas de mi forma de ladrar?" La respuesta de Leo fue escueta y sincera: "Yo diría que lo haces bastante bien, pero tendrás que mejorar. Cuando ladras, todavía se te nota el acento humano".

Oh quepis, quepis, qué mal me hiciste.

17 de julio de 2012

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1.
El obrero le dijo al militar progresista: "buenas intenciones tal vez, pero serás mandón hasta la muerte". El militar progresista le dijo al blanco nacionalista: "¿Quieres que te sea franco? Tu reforma agraria cabe en una maceta". El blanco nacionalista le dijo al batllista: "lo que pasa es que ustedes siempre se olvidan de la gente del Interior. " El batllista le dijo al demócrata cristiano: "Yo escribo dios con minúscula ¿Y que?". El demócrata cristiano le dijo al socialista: "Comprendo que seas ateo, pero jamas te perdonare que no creas en la propiedad privada". El socialista le dijo al anarco: "¿No se te ocurrió pensar por qué ustedes no han ganado nunca una revolución?". El anarco le dijo al trosco: "Son un grupúsculo de morondabga". El trosco le dijo al foquista: "Estás condenado a la derrota porque te desvinculaste de las masas". El foquista le dijo al bolche: " También ustedes tuvieron delatores". El bolche le dijo al prochino: "Nosotros nos apoyamos en la clase obrera: ¿También en esto nos van a llevar la contra?". Y así sucesivamente. "Apunten, ¡Fuego!" dijo el gorila acomodandose el quepis y un camión recogió los cadáveres.

2.
El batllista le dijo al blanco nacionalista: "Y bueno, hay que reconocer que ustedes han tenido a veces una actitud anti-imperialista que nos faltó a nosotros". El blanco nacionalista le dijo al socialista: "Quizá a mi me falta tu obsesión por la justicia social". El socialista le dijo al demócrata cristiano: " Yo creo que nuestras discrepancias acerca del cielo no tienen por qué entorpecer nuestras coincidencias sobre el suelo". El demócrata cristiano le dijo al anarco: "¿Sabes qué rescato yo de tus tradiciones? Ese metejon que tienen ustedes por la libertad". El anarco le dijo al prochino: "Pensandolo mejor, no esta mal que se abran las cien flores ". El prochino le dijo al bolche: "¿Que te parece si hacemos una excepción y coincidimos en eso de la justicia social?". El bolche le dijo al trosco: "Ojalá fuera cierto lo de la revolución permanentemente". El trosco le dijo al foquista: "¡Ustedes por lo menos se arriesgan, carajo!". El foquista le dijo al militar progresista: "No creo que ustedes, como institución, vayan alguna ve a estar del lado del pueblo. Pero puedo creer en ti como individuo". El militar progresista le dijo al obrero: "Cuando suene aquello de Trabajadores del Mundo, unidos, ¿me haces un lugarcito?". Y así sucesivamente. "Apunten", dijo el gorila acomodandose el quepis. Entonces los soldados le apuntaron a él. Por las dudas no gritó: "¡Fuego!". Se quito el quepis, los arrojó a la alcantarilla, y algo desconcertado se retiró a sus cuarteles de invierno.

El Otro Yo - Mario Benedetti

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Se trataba de un muchacho corriente: en los pantalones se le formaban rodilleras, leía historietas, hacia ruido cuando comía, se metía los dedos en la nariz, roncaba en la siesta, se llamaba Armando.
Corriente en todo, menos en una cosa: tenia Otro Yo.
El Otro Yo usaba cierta poesía en la mirada, se enamoraba de las actrices, mentía cautelosamente, se emocionaba en los atardeceres. Al muchacho le preocupaba mucho su Otro Yo y le hacia sentirse incomodo frente a sus amigos. Por otra parte, el Otro Yo era melancólico y, debido a ello, Armando no podía ser tan vulgar como era u deseo.
Una tarde Armando llegó cansado del trabajo, se quitó los zapatos, movió lentamente los dedos de los pies y encendió la radio. En la radio estaba Mozart, pero el muchacho se durmió. Cuando despertó el Otro Yo lloraba con desconsuelo. En primer momento, el muchacho no supo qué hacer, pero después se rehizo e insulto concienzudamente al Otro Yo. Este no dijo nada, pero a la mañana siguiente se había suicidado.
Al principio la muerte del Otro Yo fue un rudo golpe para el pobre Armando, pero en seguida pensó que ahora si podría ser íntegramente vulgar. Ese pensamiento lo reconfortó.
Solo llevaba cinco días de luto, cuando salió a la calle con el propósito de lucir su nueva y completa vulgaridad. Desde lejos vio que se acercaban sus amigos. Eso le llenó de felicidad e inmediatamente estallo en risotadas. Sin embargo, cuando pasaron junto a el, ellos no notaron su presencia. Para peor de males, el muchacho alcanzo a escuchar que comentaban : "Pobre Armando. Y pensar que parecía tan fuerte, tan saludable".
El muchacho no tuvo mas remedio que dejar de reír, y al mismo tiempo, sintió a la altura del esternón un ahogo que se parecía bastante a la nostalgia. Pero no pudo sentir autentica melancolía, porque toda la melancolía se la había llevado el Otro Yo.

La expresion - Mario

16 de julio de 2012

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Milton Estomba había sido un niño prodigio. A los siete años ya tocaba la Sonata N. 3, Op. 5, de Brahms, y a los once, el unánime aplauso de critica y de publico acompaño su serie de conciertos en las principales capitales dd America y Europa.
Sin embargo, cuando cumplio los 20 años, pudo notarse en el joven pianista una evidente transformación. Había empezado a preocuparse desmesuradamente por el gesto ampuloso, por la afectación del rostro, por el ceño fruncido, por los ojos en éxtasis, y otros tantos efectos afines. El llamaba a todo ello "su expresión".
Poco a poco, Estomba se fue especializando en "expresiones". Tenía una para tocar la Patética, otra para Niñas en el Jardín, otra para la Polonesa. Antes de cada concierto ensayaba frente al espejo, pero el publico frenéticamente adicto tomaba esas expresiones por espontáneas y las acogía con ruidosos aplausos, bravos y pataleos.
El primer síntoma inquietante apareció en un recital de sábado. El publico advirtió que algo raro pasaba, en su aplauso llego a filtrarse un incipiente estupor. La verdad era que Estomba había tocado la Catedral sumergida con la expresión de la Marcha Turca.
Pero la catástrofe sobrevino seis meses mas tarde y fue calificada por los médicos de amnesia lagunar. La laguna en cuestión correspondía a las partituras. En un lapso de 24 horas, Milton Estomba se olvidó para siempre de todos los nocturnos, preludios y sonatas que habían figurado en su amplio repertorio.
Lo asombroso, lo realmente asombroso, fue que no olvidara ninguno de los gestos ampulosos y afectados que acompañaban cada una de sus interpretaciones. Nunca mas pudo dar un concierto de piano pero hay algo que le sirve de consuelo. Toda ya hoy en las noches de los sábados, los amigos mas fieles concurren a su casa para asistir a un mudo recital de sus "expresiones". Entre ellos es unánime la opinión que su capolavoro es la Appasionata.

Los bomberos - Mario Benedetti

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Olegario no solo fue un as del presentimiento, sino que ademas siempre estuvo muy orgulloso de su poder. A veces se quedaba absorto por un instante, y luego decía "Mañana va a poder". Y llovía. Otras veces se rascaba la nuca y anunciaba: "El martes saldrá del 57 a la cabeza". Y el martes salía el 57 a la cabeA. Entre sus amigos hoza a de una admiración sin limites.
Algunos de ellos recuerdan el mas famoso de sus aciertos. Caminaban con el frente a la Universidad, cuando de pronto el aire matutino fue atravesado por el sonido y la furia de los bomberos. Olegario sonrió de modo casi imperceptible, y dijo: "Es posible que mi casa se esté quemando".
Llamaron un taxi y encargaron al chofer que siguiera de cerca a los bomberos. Estos tomaron por Rivera y Olegario dijo: "Es casi seguro que mi casa se esté quemando". Los amigos guardaron un respetuoso y afable silencio; tanto lo admiraban.
Los bomberos siguieron por Pereyra y la nerviosidad llegó a su colmo. Cuando doblaron por la calle en que vivía Olegario, los amigos se pusieron tiesos de expectativa. Por fin, frente mismo a la llameante casa de Olegario, el carro de bomberos se detuvo y los hombres comenzaron rápida y serenamente los preparativos de rigor. De vez en cuando, desde las ventanas de la planta alta, alguna astilla volaba por los aires.
Con toda parsimonia, Olegario bajó del taxi. Se acomodo el nudo de la corbata, y luego, con un aire de humilde vencedor, se aprestó a recibir las felicitaciones y los abrazos de sus buenos amigos.

Rutinas - Mario Benedetti

14 de julio de 2012

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A mediados de 1974 explotaban en Buenos Aires diez o doce bombas por noche. De distinto signo, pero explotaba. Despertarse a los dos o las tres de la madrugada con varios estruendos en cadena, era casi una costumbre. Hasta los niños se hacían esa rutina.
Un amigo porteño empezó a tomar conciencia de esa adaptación a partir de una noche en que hubo una fuerte explosión en las cercanías de su apartamento, y su hijo, de apenas cinco años, se despertó sobresaltado.
- ¿Qué fue eso?, preguntó. Mi amigo lo tomó en brazos, lo acarició para tranquilizarlo, pero, conforme a sus principios educativos, le dijo la verdad: "Fue una bomba".
- ¡Qué suerte!, dijo el niño. Yo creí que era un trueno.

La lluvia y los hongos (1958) / Mario Benedetti

11 de julio de 2012

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¿Sinceridad? Cuidado con la palabrita. Por lo pronto, querida, no era este nuestro convenio de hace cuatro horas. ¿Recuerdas lo que dijimos? No existe el pasado. Claro que es difícil abolirlo. Pero reconoce que hubiera sido lindo quedarnos con nuestra imagen de hoy, vos y yo en aquel zaguán oscuro, provisoriamente resguardados del aguacero, vos y yo sintiendo que de pronto circulaba entre ambos la corriente milagrosa, vos y yo inscribiendonos tácitamente en el compromiso de venir aquí, o a cualquier habitación tan sórdida como esta, para repetir, como siempre con fundadas esperanzas, la búsqueda del amor.
Después de todo, ¿Que crees que es la sinceridad? ¿Que yo te diga lo que te gusta y vos me digas lo que me revienta? Cuidado con la palabrita. La sinceridad (cuando es sincera, porque también hay una sinceridad falluta) siempre nos llevara a odiarnos un poco. Ahora me da lastima verte así, tan indefensa, tan iluminada. ¿Quieres apagar la luz? Conviene que te cubras, por lo menos. Ademas, ya no llueve. A lo mejor, tienes razón. Terminada la lluvia, el pasado vuelve a nacer, como los hongos. ¿Quieres que empiece por la infancia con padres, con libros y sin ternura? No, esa parte es mas bien tediosa. ¿O quieres que empiece por la zona de amistad? Ya se, estarás pensando: cuantas ventajas para el hombre, Dios mío (porque vos decis a menudo diosmio), no cultivan la virginidad ni tienen loa pies frios ni soportan la menstruación, y, como si eso fuera poco, poseen la necesaria ingenuidad para creerse amigos, nosotras en cambio sabemos a que atenernos: nos encontramos, nos reímos con cierto escándalo, nos besamos simbólicamente con los labios en el aire, decimos pestes de las cuñadas, de las primas, de las presuntas amigas ausentes, comparamos detalles de nuestros novios, amantes o maridos, intercambiamos falsas confidencias y besamos otra vez el aire antes de separarnos con la misma sorba, con la misma envidia contenida. Si, estarás pensando en eso, y quizá tengas un poco de razón. Pero la verdad es que a mi no me ha hecho feliz la amistad. Simplemente compruebo. Tuve exactamente tres amigos. Ya ves que no es tan fácil. Solo tres. El primero se quedo con un sobre que contenía mi sueldo y nunca mas supe de el. Con el segundo me tome a golpes, y las cocatrices respectivas (esta del pomulo, otra en su hombro derecho) nos impiden olvidarlo todo. En cuanto al tercero, me quito una novia. No, esa vez yo no estaba realmente enamorado. Lo importante vino después. Fue la única ocasión en que me sentí vivir en pleno, como in animal nuevo y despierto, ágil, sensible, aunque horriblemente preocupado. Estaba, como explicarte, deslumbrado ante esos inesperados matices de posesión y de ternura que descubría en los menos comunicables de mis pensamientos. Pasaba como un fantasma por mi empleo, por la calle, por mi casa. Estaba enamorado como puede estarlo un chico de su maestra, o dd la amiga de su hermana mayor. ¿Como era ella? Bah, era inculta, primaria, pero tenia una sabiduría instintiva que la hacia intocable, una sensibilidad que convertía en perfecto todo cuanto hacia. Hablaba con gran elocuencia, un poco a balbuceos, pero poseía la elocuencia mas difícil: la de las actitudes. Frente al problema mas intrincado, su actitud era siempre irreprochable. Tenia un increíble olfato dd lo que estaba bien. Un desequilibrio que a la postre me resulto intolerable. Ella me quería, estoy seguro, pero había una suerte de juego mezclado a su amor. Yo tenia una horrible conciencia de no ser tomado en serio. Pero mi amor, llamemoslo así, tampoco era limpio. Estaba, como te diré, contaminado de respeto. Y así no se puede, claro. Quizá ella tenia la horrible sensación de ser tomad en serio. Nunca se aabe. De todos modos, era un desequilibrio. Un dia no pude mas y la golpee. Tuve que hacerlo. La golpee, la humille, la obligue a cometer acciones que eran denigrantes en nuestra relación. Tenia que verla alguna vez en una postura horrible, en una actitud absurda, reprochable. Ya se que es difícil de comprender, no precisa que me mires así. No lo conseguí, claro. Porque ella pudo resistir. ¿No te digo que la obligue? En ese momento pensé que lo había conseguido. Estaba allí, asombrada y despreciable, y yo podía mirarla sin respeto, como si hubiera verdaderamente prostituido su pasado. Pero al día siguiente ella adopto de nuevo la única actitud irreprochable, la única que podía purificar la inmundicia dd la víspera. ¿Todavía no comprendes? Abrió el gas. La mate, claro ¿Querías decir eso? Fui el culpable, el único ¿Te das cuenta? Y ahora, por favor, hablemos de otra cosa. De tus amores, por ejemplo.

Julieta (o el vicio ampliamente recompensado) - Marqués de Sade

11 de mayo de 2012

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"Al enfrentarme a los encantadores celos de la bella abadesa, no tardé en recordarle su dicho de que el sol no brilla menos sobre una sólo porque ilumine también a las demás. Entonces, alentada por la risa catarina que despertó esa declaración, le revelé la intención que me había venido atormentando desde hacía más de un mes: anhelaba desflorar a Saint Elme, y al mismo tiempo ser desflorada por ella."

"[...] en este caso mis deseos y tu interés son la misma cosa; puedo proporcionarte places que jamás hayas imaginado; y reparar cualquier desperfecto material que pudieras sufrir; después de la desfloración, mediante aplicación de pócimas especiales que sólo yo conozco, podré hacer que aparezcas tan virginal como el día en que naciste; esto no te parecerá insignificante si decides casarte algún día después de salir de aquí, pues, como habrás oído decir, los franceses son necios redomados en cuanto a sus mujeres: las quieren con mentalidad de puta, pero con cuerpo de virgen."

"-¡A la mierda la clase de religión!- exclamó la madre Delbéne-. ¿Qué es la religión, sino la palabra de Jesucristo? Y si éste hubiera sido capaz de distinguir entre su codo y un culo ¿crees que se habría dejado crucificar? No, hija mía deja a un lado los preceptos que te han enseñado en la clase de religión. Que esto -y se llevó la mano a la entrepierna- sea tu única religión; sigue sus mandatos y nunca te equivocarás.

"-¿Por qué esas iglesias - preguntó hablando retóricamente-, esos tribunales, esas cortes políticas y todas las demás instituciones hipócritas que pretenden gobernar nuestras vidas han de insistir, generalmente bajo amenaza de horribles castigos, en que creamos que existe un dios supremos? ¡Un padre completamente bondadoso! ¡Un cielo como recompensa! ¡Un infierno para castigar! ¡Un más allá! ¿Por qué? ¿Por qué necesita el universo de alguien que lo cuide? Tiene leyes eternas, inherentes a su naturaleza; no necesita promotor original."

Las Diabólicas - Barbey D'Aurevilly

30 de diciembre de 2011

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El más bello amor de Don Juan.
Para ser católico como es usted, le encuentro irreverente —dijo ella despacio, aunque algo crispada. Era una belleza de verdad, una belleza insolente, alegre e imperial,una belleza en definitiva. El vocablo lo dice todo y dispensade tener que describirla; y (¿habría firmado un pacto con el diablo?) aún la seguía teniendo... Pero, Dios, al final, se salía con la suya. Las garras de tigre de la vida empezaban a arañarle aquella frente divina, coronada por las rosas de tantos labios, y en sus anchas sienes impías aparecían los primeros cabellos blancos que anunciaban la próxima invasión de los bárbaros y la caída del imperio... Por lo demás, los llevaba con la impasibilidad del orgullo sobreexcitado por el poder; sin embargo, las mujeres que le habían amado, a veces, los miraban con melancolía. Para él, fueron tan coquetas como nunca lo fue mujer algunapara ningún hombre, o ninguna mujer para un salón lleno; exaltaron aquellacoquetería con los celos que se ocultan al mundo y que ellas ya nonecesitaban esconder, porque todas sabían que aquel hombre había sidode cada una de ellas, y la vergüenza que se comparte deja de servergüenza... De lo que se trataba era de ver cuál de ellas grabaría másprofundamente su epitafio en su corazón. Allí, no había jóvenes de un verde tierno, ni muchachas como lasexecradas por Byron, que huelen a pastelito y tienen aspecto de cascabillo,sino veranos espléndidos y sabrosos, copiosos otoños, expansión yplenitud, senos deslumbrantes con su majestuoso apogeo en el bordedescubierto de los corpiños, y bajo los camafeos de hombros desnudos,brazos de todas las formas y, sobre todo, brazos poderosos, con bíceps desabinas que han luchado contra los romanos y que serían capaces deentrelazarse entre los radios de la rueda del carro de la vida para detenerlo.