Las Diabólicas - Barbey D'Aurevilly

30 de diciembre de 2011

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El más bello amor de Don Juan.
Para ser católico como es usted, le encuentro irreverente —dijo ella despacio, aunque algo crispada. Era una belleza de verdad, una belleza insolente, alegre e imperial,una belleza en definitiva. El vocablo lo dice todo y dispensade tener que describirla; y (¿habría firmado un pacto con el diablo?) aún la seguía teniendo... Pero, Dios, al final, se salía con la suya. Las garras de tigre de la vida empezaban a arañarle aquella frente divina, coronada por las rosas de tantos labios, y en sus anchas sienes impías aparecían los primeros cabellos blancos que anunciaban la próxima invasión de los bárbaros y la caída del imperio... Por lo demás, los llevaba con la impasibilidad del orgullo sobreexcitado por el poder; sin embargo, las mujeres que le habían amado, a veces, los miraban con melancolía. Para él, fueron tan coquetas como nunca lo fue mujer algunapara ningún hombre, o ninguna mujer para un salón lleno; exaltaron aquellacoquetería con los celos que se ocultan al mundo y que ellas ya nonecesitaban esconder, porque todas sabían que aquel hombre había sidode cada una de ellas, y la vergüenza que se comparte deja de servergüenza... De lo que se trataba era de ver cuál de ellas grabaría másprofundamente su epitafio en su corazón. Allí, no había jóvenes de un verde tierno, ni muchachas como lasexecradas por Byron, que huelen a pastelito y tienen aspecto de cascabillo,sino veranos espléndidos y sabrosos, copiosos otoños, expansión yplenitud, senos deslumbrantes con su majestuoso apogeo en el bordedescubierto de los corpiños, y bajo los camafeos de hombros desnudos,brazos de todas las formas y, sobre todo, brazos poderosos, con bíceps desabinas que han luchado contra los romanos y que serían capaces deentrelazarse entre los radios de la rueda del carro de la vida para detenerlo.

Vivir Adrede - Mario Benedetti

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Los sentimientos se deslizan, a veces se refugian en guaridas de amor, pero cuando emergen al aire preso o librem dan el color del mundo, no del universo inalcanzable sino del mundo chico, el contorno privado en que nos revolvemos. Gracias a ellos, a los sentimientos, tomamos conciencia de que no somos otros, sino nosotros mismos. Los sentimientos nos otorgan nombre, y con ese nombre somos lo que somos.  (Vivir: 1. Color del Mundo)

Andamos por el mundo con el miedo a cuestas como si fuera un pudor obligatorio o en su defecto una variante del fracaso. (Vivir: 2. El miedo)

No tiene puertas cerradas como utopía es más seductora. No tiene puertas cerradas como lo imposible. No nos desprecia como lo prohibido. Si tenemos ánimo, paciencia y un poco de ilusión, podemos navegar en la barcaza de la utopía, pero no en el acorazado de lo imposible.
La única posibilidad de vencerlo es llevarle la contra a los potífices, que siempre han sido los jefes de lo prohibido. También lo son los dictadores, pero los pontífices al menos no torturan. (Vivir: 8. Utopías)

Hay críticos, por ejemplo, que son propensos a elogiar solamente a aquellos poetas misteriosos, cuyas obras son comprendidas por muy pocos. Esos mismo críticos tampoco los entienden. (Vivir: 9. Sobre sencillez)

Todos tenemos una antorcha propia, y cada una es distinta de las otras. Con ella s epuede llegar al río, aun después del crepúsculo.
La antorcha sólo tiene un enemigo, y es la lluvia del cielo.
(Vivir: 11. Antorchas)

Sin ir más lejos, monologamos para saber, de entre todas las mujeres del entorno, cuál será por fin la que amaremos, y cuándo y dónde nos encontraremos con el monólogo de su cuerpo a la espera. (Vivir: 16. Monologando)

¿Por qué durante años nuestros ojos están limpios y secos y en un solo crepúsculo se enturbian de llanto?
El remolino de cada paisaje, que siempre es distinto, nos invade el cerebro y también, por qué no, el corazón. Sólo entonces tomamos conciencia de que nosotros también somos paisaje. (Vivir: 28. El remolino del paisaje)

Los verdaderos cuerpos que reclaman y merecen amor andan por la calle, bajo sus paraguas azules o bendecidos por el sol. También la lluvia torrencial lava el amor, lo deja limpio por dos o tres jornadas, y uno, más inocente que nunca, cree que ha ganado el cielo, esa utopía. (Vivir: 29. Otro escaparate)

El mundo del descalzo no precisa de filtros, simplemente nos da lecciones de realidades varias.
Los pies pueden lastimarse y dejan huellas de sangre, que suelen servir de guía a los descalzos de segundo rango. Uno mismo, cuando va descalzo por su entorno, llega a creer impunemente que el mundo es suyo. Pero no lo es. Unas pocas veces es de otros descalzos más avezados, y otras veces pertenece a ciertos fantasmas que nunca dejan huellas. (Vivir: 31. Descalzos)

La realidad es un manojo de poemas sobre los cuales nadie reclama derechos de autor. Hay irreverentes, y también historiadores, que sostienen que la virginidad de María es un error de traducción. Y puede que sí. Pero ya sea un arameo, zendo, jónico, eólico o ático, haya sido virgen o mujer normalmente sexuada, María es sobre todo una imagen poética, digna de parir a esa prometedora metáfora llamada Jesús (no olvidemos que expulsó a los mercaderes). (Vivir: 38. La realidad)

Uno apenas se reconoce en los cruces de sí mismo consigo mismo. Como si se tratara de confusos borradores del azar, de rostros en la niebla, de maletas perdidas (Vivir: 47. Ajustes)

A veces, lindas veces, la patria se vuelve una mujer y nuestro patriotismo erótico sale a su conquista. Es por eso que la patria puede ser dos cuerpos tiernamente enlazados y tal vez de esa unión nazca una patria niña. (Vivir: 50. Patria)

Hay que amar al margen de cualquier costumbre, improvisadamente. El amor es más seguro cuando nos toma de sorpresa e incluso desorienta a la costumbre. (Vivir: 61. Costumbres)

Cuando es uno el que perdona, debe sobreponerse a los reproches de la memoria, y cuando e suno el perdonado debe escuchar atentamente loslatidos del alucinado corazón. (Vivir: 62. Perdones)

Cuando llegue el momento de ser nadie, la memoria habrá quedado encinta de ideas y preguntas que nunca nacerán. Nadie sabe si seremos ceniza o si nos mezclaremos con las cenizas de otros. (Vivir: 69. Ser nadie)