Las Diabólicas - Barbey D'Aurevilly

30 de diciembre de 2011

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El más bello amor de Don Juan.
Para ser católico como es usted, le encuentro irreverente —dijo ella despacio, aunque algo crispada. Era una belleza de verdad, una belleza insolente, alegre e imperial,una belleza en definitiva. El vocablo lo dice todo y dispensade tener que describirla; y (¿habría firmado un pacto con el diablo?) aún la seguía teniendo... Pero, Dios, al final, se salía con la suya. Las garras de tigre de la vida empezaban a arañarle aquella frente divina, coronada por las rosas de tantos labios, y en sus anchas sienes impías aparecían los primeros cabellos blancos que anunciaban la próxima invasión de los bárbaros y la caída del imperio... Por lo demás, los llevaba con la impasibilidad del orgullo sobreexcitado por el poder; sin embargo, las mujeres que le habían amado, a veces, los miraban con melancolía. Para él, fueron tan coquetas como nunca lo fue mujer algunapara ningún hombre, o ninguna mujer para un salón lleno; exaltaron aquellacoquetería con los celos que se ocultan al mundo y que ellas ya nonecesitaban esconder, porque todas sabían que aquel hombre había sidode cada una de ellas, y la vergüenza que se comparte deja de servergüenza... De lo que se trataba era de ver cuál de ellas grabaría másprofundamente su epitafio en su corazón. Allí, no había jóvenes de un verde tierno, ni muchachas como lasexecradas por Byron, que huelen a pastelito y tienen aspecto de cascabillo,sino veranos espléndidos y sabrosos, copiosos otoños, expansión yplenitud, senos deslumbrantes con su majestuoso apogeo en el bordedescubierto de los corpiños, y bajo los camafeos de hombros desnudos,brazos de todas las formas y, sobre todo, brazos poderosos, con bíceps desabinas que han luchado contra los romanos y que serían capaces deentrelazarse entre los radios de la rueda del carro de la vida para detenerlo.

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