Vivir Adrede - Mario Benedetti

30 de diciembre de 2011

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Los sentimientos se deslizan, a veces se refugian en guaridas de amor, pero cuando emergen al aire preso o librem dan el color del mundo, no del universo inalcanzable sino del mundo chico, el contorno privado en que nos revolvemos. Gracias a ellos, a los sentimientos, tomamos conciencia de que no somos otros, sino nosotros mismos. Los sentimientos nos otorgan nombre, y con ese nombre somos lo que somos.  (Vivir: 1. Color del Mundo)

Andamos por el mundo con el miedo a cuestas como si fuera un pudor obligatorio o en su defecto una variante del fracaso. (Vivir: 2. El miedo)

No tiene puertas cerradas como utopía es más seductora. No tiene puertas cerradas como lo imposible. No nos desprecia como lo prohibido. Si tenemos ánimo, paciencia y un poco de ilusión, podemos navegar en la barcaza de la utopía, pero no en el acorazado de lo imposible.
La única posibilidad de vencerlo es llevarle la contra a los potífices, que siempre han sido los jefes de lo prohibido. También lo son los dictadores, pero los pontífices al menos no torturan. (Vivir: 8. Utopías)

Hay críticos, por ejemplo, que son propensos a elogiar solamente a aquellos poetas misteriosos, cuyas obras son comprendidas por muy pocos. Esos mismo críticos tampoco los entienden. (Vivir: 9. Sobre sencillez)

Todos tenemos una antorcha propia, y cada una es distinta de las otras. Con ella s epuede llegar al río, aun después del crepúsculo.
La antorcha sólo tiene un enemigo, y es la lluvia del cielo.
(Vivir: 11. Antorchas)

Sin ir más lejos, monologamos para saber, de entre todas las mujeres del entorno, cuál será por fin la que amaremos, y cuándo y dónde nos encontraremos con el monólogo de su cuerpo a la espera. (Vivir: 16. Monologando)

¿Por qué durante años nuestros ojos están limpios y secos y en un solo crepúsculo se enturbian de llanto?
El remolino de cada paisaje, que siempre es distinto, nos invade el cerebro y también, por qué no, el corazón. Sólo entonces tomamos conciencia de que nosotros también somos paisaje. (Vivir: 28. El remolino del paisaje)

Los verdaderos cuerpos que reclaman y merecen amor andan por la calle, bajo sus paraguas azules o bendecidos por el sol. También la lluvia torrencial lava el amor, lo deja limpio por dos o tres jornadas, y uno, más inocente que nunca, cree que ha ganado el cielo, esa utopía. (Vivir: 29. Otro escaparate)

El mundo del descalzo no precisa de filtros, simplemente nos da lecciones de realidades varias.
Los pies pueden lastimarse y dejan huellas de sangre, que suelen servir de guía a los descalzos de segundo rango. Uno mismo, cuando va descalzo por su entorno, llega a creer impunemente que el mundo es suyo. Pero no lo es. Unas pocas veces es de otros descalzos más avezados, y otras veces pertenece a ciertos fantasmas que nunca dejan huellas. (Vivir: 31. Descalzos)

La realidad es un manojo de poemas sobre los cuales nadie reclama derechos de autor. Hay irreverentes, y también historiadores, que sostienen que la virginidad de María es un error de traducción. Y puede que sí. Pero ya sea un arameo, zendo, jónico, eólico o ático, haya sido virgen o mujer normalmente sexuada, María es sobre todo una imagen poética, digna de parir a esa prometedora metáfora llamada Jesús (no olvidemos que expulsó a los mercaderes). (Vivir: 38. La realidad)

Uno apenas se reconoce en los cruces de sí mismo consigo mismo. Como si se tratara de confusos borradores del azar, de rostros en la niebla, de maletas perdidas (Vivir: 47. Ajustes)

A veces, lindas veces, la patria se vuelve una mujer y nuestro patriotismo erótico sale a su conquista. Es por eso que la patria puede ser dos cuerpos tiernamente enlazados y tal vez de esa unión nazca una patria niña. (Vivir: 50. Patria)

Hay que amar al margen de cualquier costumbre, improvisadamente. El amor es más seguro cuando nos toma de sorpresa e incluso desorienta a la costumbre. (Vivir: 61. Costumbres)

Cuando es uno el que perdona, debe sobreponerse a los reproches de la memoria, y cuando e suno el perdonado debe escuchar atentamente loslatidos del alucinado corazón. (Vivir: 62. Perdones)

Cuando llegue el momento de ser nadie, la memoria habrá quedado encinta de ideas y preguntas que nunca nacerán. Nadie sabe si seremos ceniza o si nos mezclaremos con las cenizas de otros. (Vivir: 69. Ser nadie)

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