El Otro Yo - Mario Benedetti

17 de julio de 2012

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Se trataba de un muchacho corriente: en los pantalones se le formaban rodilleras, leía historietas, hacia ruido cuando comía, se metía los dedos en la nariz, roncaba en la siesta, se llamaba Armando.
Corriente en todo, menos en una cosa: tenia Otro Yo.
El Otro Yo usaba cierta poesía en la mirada, se enamoraba de las actrices, mentía cautelosamente, se emocionaba en los atardeceres. Al muchacho le preocupaba mucho su Otro Yo y le hacia sentirse incomodo frente a sus amigos. Por otra parte, el Otro Yo era melancólico y, debido a ello, Armando no podía ser tan vulgar como era u deseo.
Una tarde Armando llegó cansado del trabajo, se quitó los zapatos, movió lentamente los dedos de los pies y encendió la radio. En la radio estaba Mozart, pero el muchacho se durmió. Cuando despertó el Otro Yo lloraba con desconsuelo. En primer momento, el muchacho no supo qué hacer, pero después se rehizo e insulto concienzudamente al Otro Yo. Este no dijo nada, pero a la mañana siguiente se había suicidado.
Al principio la muerte del Otro Yo fue un rudo golpe para el pobre Armando, pero en seguida pensó que ahora si podría ser íntegramente vulgar. Ese pensamiento lo reconfortó.
Solo llevaba cinco días de luto, cuando salió a la calle con el propósito de lucir su nueva y completa vulgaridad. Desde lejos vio que se acercaban sus amigos. Eso le llenó de felicidad e inmediatamente estallo en risotadas. Sin embargo, cuando pasaron junto a el, ellos no notaron su presencia. Para peor de males, el muchacho alcanzo a escuchar que comentaban : "Pobre Armando. Y pensar que parecía tan fuerte, tan saludable".
El muchacho no tuvo mas remedio que dejar de reír, y al mismo tiempo, sintió a la altura del esternón un ahogo que se parecía bastante a la nostalgia. Pero no pudo sentir autentica melancolía, porque toda la melancolía se la había llevado el Otro Yo.

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